Elena Castillo
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Si
tuviese que quedarme con una única característica, con una única
idea de lo que es para mí fundamental en un artista, sería la
naturalidad. Si un narrador consigue que me olvide de que estoy en
un espectáculo, si no me fijo en que cambia la voz (o no) para
los personajes que aparecen en sus cuentos… si en definitiva
veo a la persona que me está hablando, entonces siento.
Cuando Elena empieza a narrar, parece que no lo está haciendo. Sientes que es un preámbulo, que está calentando antes de empezar con el espectáculo y ahí, ya estás perdido. Porque poco a poco, sin darte cuenta, te ha llevado a su peluquería, y de ahí a un tratado sobre la serotonina, y de él a un asceta en el desierto, y de allí a algún recuerdo de su infancia y de ahí a Philippe Petit…
Héctor
y yo acabábamos de sentarnos en las gradas de El Sauzal. Habíamos
cogido un sitio bastante bueno. Entonces sonó una música alegre
como los zapatos de un payaso y allí entró Elena, con un paraguas y
haciendo equilibrios como si fuese funambulista… y sin entender el
porqué me sentía viajando por sus mundos, igual que si una amiga te
cuenta algo y te hace reír, te hace pensar, te hace recordar.
Tengo
un minuto que grabó Élida con su móvil del XIII Festival de
Narración Oral Verano de Cuento de El Sauzal. Un minuto que tal vez
no se entienda fuera de su contexto. Un minuto sentido que
quiero que no se pierda: el minuto que termina con los aplausos
de todos los que estábamos allí para Elena Castillo.
Roberto Anglisani
Foto: http://marianexys.blogspot.com.es/2011_12_01_archive.html
No recuerdo quien lo presentó,
pero fue algo informal: “… y con todos ustedes, Roberto Anglisani”. Se quedó
solo en el escenario. Sentí que nos miró con respeto y pidió perdón por los
problemas que podría causar su español. Eso me gustó: sentí que nos miró. Se hizo el silencio. Y comenzó su relato: “Giungla”.
Recuerdo que empezó describiendo al
protagonista en una estación de ferrocarril. A partir de la primera palabra
sucedió: Anglisani iba rejuveneciendo ante
mis ojos, palabra por palabra, y ahora me encontraba frente al niño de ocho años protagonista de la
historia. Mientras él se transformaba, un técnico de sonido emitió el efecto de
un tren que salía de la estación… y ya
no estaba en Los Silos. No me encontraba sentado en la quinta fila con María
disfrutando de la historia. Estaba en Milán en medio del mundo que Roberto
Anglisani me mostraba, corriendo las
aventuras que le sucedían al protagonista.
Siempre he escuchado que, para no
cansar al público, y menos aún en una narración hay que medir muy bien el
tiempo de lo que cuentas. Que es muy difícil mantener el ritmo del relato si es
my largo. Solo un mago de la palabra, en transmitir lo que sienten los
personajes, en hacerte partícipe de la historia, en hacer volar el tiempo logra
conseguirlo. Yo no recuerdo cuanto duró exactamente, pero allí estuve más de
una hora y media, y aseguro que no quería que bajase del escenario.
Recuerdo una ovación interminable.
Recuerdo tener las lágrimas saltadas por su relato. Recuerdo cómo miraba al
público, su mirada de agradecimiento.
Ay, absolutamente de acuerdo. Estas dos han sido de las mejores sesiones de narracion que he tenido la suerte de admirar.
ResponderEliminarUn absoluto lujo.
la verdad que son dos magníficos contadores. Roberto Anglisani me elevó la narración a una categoría superior.
ResponderEliminar...y a mí Marianexy. Muchas gracias por tus cuentos, por tu blog, por tus palabras.
ResponderEliminarUn saludo.